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Revista ComHumanitas, ISSN: 1390-776X

Vol. 15, núm. 2 (2024), Julio - Diciembre 2024

DOI: https://doi.org/10.31207/rch.v15i2.448


 

Hedonia depresiva y los procesos de acción política en la realidad digital

 

Depressive hedonia and the processes of political action in the digital reality

 

A Hedonia depressiva e os processos de acção política na realidade digital

 

Magaly Nicole Taipe Cadena[1]

Universidad Central del Ecuador

mntaipe@outlook.com

 

Fecha de recepción: 13 de octubre de 2024

Fecha de aprobación: 15 de noviembre de 2024

Fecha de publicación: 1 de diciembre de 2024

Resumen

La era de la información ha planteado diversos desafíos a la acción política crítica, marcados por una creciente atmósfera de conformismo y agotamiento, consecuencia de la búsqueda constante de placer en una vida mercantilizada. Este artículo tiene como objetivo analizar cómo la hiperinformación y el hedonismo depresivo afectan los mecanismos de resistencia social. En primer lugar, se examinará la resistencia digital y su capacidad para formar una masa crítica. En segundo lugar, se abordarán los desafíos del “poptimismo” y la hedonia depresiva, según Mark Fisher, caracterizados por la constante búsqueda de acuerdos y consensos para evitar el conflicto y el dolor. Finalmente, se presentarán propuestas para fortalecer los mecanismos de resistencia, teniendo en cuenta la influencia del aparato técnico en su efectividad.

Palabras clave: resistencia digital, técnica, poptimismo, hedonia depresiva, conflicto.

 

Abstract

The information age has posed several challenges to critical political action, marked by a growing atmosphere of conformism and exhaustion, a consequence of the constant search for pleasure in a commodified life. This article aims to analyze how hyper-information and depressive hedonism affect the mechanisms of social resistance. First, digital resistance and its ability to form a critical mass will be examined. Secondly, the challenges of “poptimism” and depressive hedonia, according to Mark Fisher, characterized by the constant search for agreements and consensus to avoid conflict and pain, will be addressed. Finally, proposals will be presented to strengthen resistance mechanisms, taking into account the influence of the technical apparatus on their effectiveness.

Keywords: digital resistance, technique, poptimism, depressive hedonia, conflict.

 

Resumo

A era da informação tem colocado vários desafios à ação política crítica, marcada por uma crescente atmosfera de conformismo e exaustão, consequência da constante procura de prazer numa vida mercantilizada. Este artigo pretende analisar o modo como a hiper-informação e o hedonismo depressivo afectam os mecanismos de resistência social. Em primeiro lugar, examinará a resistência digital e a sua capacidade de formar uma massa crítica. Em segundo lugar, serão abordados os desafios do “poptimismo” e do hedonismo depressivo, segundo Mark Fisher, caracterizados pela procura constante de acordo e consenso para evitar o conflito e a dor. Por fim, serão apresentadas propostas de reforço dos mecanismos de resistência, tendo em conta a influência do aparato técnico na sua eficácia.

Palavras-chave: resistência digital, técnica, poptimismo, hedonia depressiva, conflito.

 

Introducción

Esta investigación busca analizar el instrumento de resistencia desde su afectación por la técnica. Aquella que, por mediación de dispositivos de conexión, despliega hacia el individuo gran cantidad de información consumible. Este fenómeno supone un nuevo modelo de gobierno al que el individuo se ve sometido actualmente. La hipercomunicación digital —caracterizada por su bullicio constante y su tendencia a generar bloqueos mentales— impiden dar sentido y coherencia a los comportamientos sociales, especialmente en los procesos en que el individuo conforma su subjetividad política. Esto, a su vez, obstaculiza al individuo su capacidad reflexiva y de inferencia impidiendo la generación de mecanismos que le ayuden a cuestionar el orden establecido.

El individuo, absorbido por la acción y el rendimiento, es explotado en beneficio del algoritmo, el Big Data, favoreciendo al aparato digital que se ha convertido en parte constitutiva del individuo. Por medio de este engranaje, el individuo es constantemente incitado a la actividad digital, pues la vida solo representa trabajo y productividad. Desde esta perspectiva, el hacer se transforma dentro del espacio digital en un productor, marcado por las constantes pulsiones de entrega de información. A cambio, el individuo obtiene el placer inmediato de la satisfacción de sus deseos. Sin embargo, este ciclo constante de rendimiento y actividad repercuten en la psique del individuo, generando patologías depresivas, no en un sentido negativo, sino como una censura hacia el dolor en donde la exaltación del entusiasmo y positividad se convierten en hegemónicas.

El individuo se ve obligado a vivir en un constante “poptimismo”, encarnando la ilusión de que todos sus deseos se han cumplido y que, sobre todo, representa la materialización de la libertad. En este escenario, el fracaso no se percibe como algo exterior al individuo, sino como un proceso interno. Él es el único responsable. La paradoja de la libertad lleva al individuo a cuestionarse a sí mismo sobre sí mismo, más que a la propia sociedad desplazando toda crítica hacia el interior. Por esta razón, la idea de resistencia pierde fuerza: ¿contra qué se protesta? ¿Contra uno mismo? Esta ambigüedad genera una especie de anestesia permanente contra la reflexividad, inferencia, el razonamiento crítico sobre el orden establecido. La búsqueda permanente de un individuo que evita el dolor ya sea emocional o social, desactiva el espacio del conflicto como gestor de reformas profundas. Esquivar las acciones dolorosas, asegura la continuidad de las cosas, no permite modificarlas, y con ello se consolida la continuidad de lo mismo.

El problema de la positividad absoluta, dentro de esta lógica de la técnica, es que configura al individuo en un ser orientado al rendimiento. Su tiempo se vuelve funcional a la producción, configurando una vida entregada a la explotación. Siendo así, la resistencia queda absorbida por la actividad, pues se deja sin espacio a la mente o el alma reflexiva. La gestión del tiempo del individuo es absorbida por el perfil que otorga el goce inmediato de su existencia digital que no son otra cosa que una artificialidad del existir y del ser, contraria a su realidad física. Esta disociación, contrasta con el individuo que ha adquirido conciencia de sí y ha transgredido hacia formas de resistencia capaces de transformar su entorno y resignificar los sentidos de su realidad.

Esta investigación aborda tres ejes principales relacionados con la afectación que la técnica ejerce sobre los mecanismos de resistencia, entendidos como productos reflexivos mediadores que permiten al individuo cuestionar el orden establecido o las decisiones gubernamentales que modifican su existencia. Para desarrollar este análisis, se emplea una metodología cualitativa centrada en el análisis textual, revisando obras claves como “Los fantasmas de mi vida” de Mark Fisher, donde se explora el concepto de hedonia depresiva, y el “El circuito de los afectos” de Vladimir Safatle, que examina la construcción de los cuerpos políticos como circuitos de afectos y regímenes extensivos de implicación y producción.

Este análisis textual busca ofrecer un fundamento teórico y conceptual que permita responder a la problemática planteada, estableciendo una dinámica de correlación entre los conceptos desarrollados y su pertinencia dentro del análisis de la resistencia en la era de la técnica. En este sentido, el primer punto de análisis se centrará en el concepto de resistencia digital y su capacidad para conformar una masa crítica. Se propone analizar a la resistencia como un instrumento trasladado hacia lo digital para hacer frente a la información que solo es consumida por el individuo y mas no creada. De esta manera, se propone una salida del individuo durmiente hacia uno agonizante que resiste del poder estabilizador del neoliberalismo.

El segundo punto abordará los desafíos del “poptimismo” y hedonia depresiva, siguiendo los planteamientos formulados por Mark Fisher. Se analizará cómo estos fenómenos impulsan a una búsqueda constante de los acuerdos y consensos para rehuir del conflicto y del dolor. En este apartado se explora la afectación que tiene la tecnología sobre la psique del individuo, que dentro de los aspectos de la actividad y el rendimiento se pretende conjugar la realización misma de la existencia. Lo digital se transforma en espacio último de felicidad que orilla al individuo al goce constante y pulsativo de su propia agonía, insensible al dolor y continuamente feliz, todo ello fruto de una cultura orientada a la complacencia.

Finalmente, se ofrecerá aportes para el fortalecimiento de los mecanismos de resistencia. Se discutirá cómo los espacios digitales pueden ser utilizados como vías de transformación, donde el individuo ya no este atrapado en un universo de datos, sino que emerja como un agente de cambio, como históricamente lo ha sido. La resistencia digital se planteará como una vía principal para establecer pautas que permitan la vuelta a un sujeto político que cuestiona, debate, infiere y reflexiona sobre el entorno en el que se desenvuelve y cómo éste afecta su manera de ser y de existir.

Desarrollo

 

Dominación y deseo en la era digital

La cultura técnica actual, al igual que la política, ha pasado a ser un dominio público en donde cualquier persona puede participar libremente. Sin embargo, esta apertura ha dado lugar a una nueva forma de dominación. El mundo sensible, físico, está siendo moldeado por acontecimientos basados en “verdades ilusorias”, construidas a partir del objeto técnico que configura un discurso socialmente aceptable. Este discurso, sin embargo, está saturado por la ideología y la repetición del contenido. El ser humano se percibe como libre de esta realidad digital, pero el carácter simbólico de esta posición -acción y resistencia- se reduce a tareas materiales que terminan por convertir su cuerpo y alma en esclavos mecánicos, atrapados en un entorno dominado. Esto es que Castro-Gómez (2008) denomina la histeria de la libertad, un concepto que ha sido instrumentalizado por el “espíritu del capitalismo” y que constituye una forma de dominación mejorada y más efectiva.

Precisamente, la ideología hegemónica del capitalismo en la sociedad actual ha desarrollado nuevos mecanismos de dominación. Estos ya no se basan en un poder represivo, que orillaban al individuo a la resistencia, sino que su poder ahora se ha vuelto seductor. Y el individuo un ser aislado y desvinculado de su entorno, que no es capaz de cimentar acciones comunes y hacia afuera, principio fundante de toda resistencia. Ahora, esta dominación mejorada y más efectiva tiene como fin cancelar cualquier gesto espontaneo del cuerpo y gobernar el alma a través de la máquina para moldear sobre el individuo acciones calculadas y precisas. Estas acciones están diseñadas para proporcionar una satisfacción inmediata que sirven para oponer al individuo a estímulos desde afuera que son la causa de las ideas del alma que se transforman en acción.

Por ello, el individuo ha sido dotado de una segunda realidad y, asimismo, de una extensión de su yo que transita en una realidad por fuera de los hechos de la experiencia tangible. Este “segundo yo”, que es mucho más manipulable, se convierte en un alguien constantemente expuesto y ávido de atención. Su lugar es un espacio de ruido, sin alma, sin espíritu, que difiere de la masa que posee voz y es el refugio del sujeto trascendental, que constituye el núcleo de toda obra antagónica política. Según Žižek (2011, p. 19), esta “crisis de investidura” surge de la incapacidad de los sujetos para asumir mandatos simbólicos. La ley puramente simbólica, según él, está inevitablemente mancillada por el goce del superyó, que impide que el individuo digital ejerza una resistencia efectiva.

Así, la realidad digital incorpora a un individuo que ya no reprime sus pulsiones para participar en la sociedad; en cambio, busca satisfacerlas por cualquier medio. Pero estos individuos digitales ya no encuentran el sentido de su vida en lo que producen, sino en lo que consumen. Esta desmesura del deseo por consumir genera una ilusión en torno a un objeto específico al que el individuo se obsesiona, pues le proporciona una satisfacción que no ha encontrado en otros. Este objeto fetiche o técnico al que se atribuye un valor especial, que resume y condensa la realidad se convierte en una fuente de goce sobre la experiencia de su consumo.

Y es precisamente en este aspecto que el individuo es susceptible con frecuencia a actos carnavalescos, lúdicos y no vinculantes, pues el objeto técnico no le permite desarrollar energías políticas y de cuestionar las dominantes relaciones de poder, ya que mantiene al individuo en un estado de rendimiento y optimización para sortear o superar la resistencia y sumirlo en un estado de letargo hacia la acción que se experimenta imponente. De allí que la revolución digital, con su poder seductor y que no se opone al sujeto, que le entrega facilidades y entrama con ello una confrontación pasiva con el objeto técnico y una pulsión hacia lo repetitivo, sirva bien como herramienta de dominación sobre el individuo digital. Pues la artificialidad del deseo conduce a la utopía de lo completamente otro, es el expropiarse de sí mismo y permitir que la máquina mercantilice con esa parte desinteriorizada. Ocurre aquí una explotación de sí mismo que es más eficiente pues se la concibe como parte de la libertad del individuo.

Así, la fantasía de lo digital ha resultado en una voluntad pura que no desea nada, es decir, en tanto la formación de contingencia para no perder esa capacidad radical del acto que de paso a la acción de un nuevo comienzo para iniciar un nuevo mundo. La acción, pues, es esperanza, un horizonte de expectativa de una cosa futura o pasada de cuya realización tenemos duda. Sin embargo, para el nuevo espíritu del capitalismo significa una ilusión peligrosa que interna una voluntad de venganza que da vida al resentido y le provee una autoafirmación que manifiesta cuales son las fuerzas activas que pueden transformar a la sociedad. En cambio, esta se ha transformado en un proyecto en que la libertad se manifiesta ilimitada con un conjunto de utopías en que predominan diferentes estados de los mismo que encadena al individuo hacia una ludificación dramatizada del trabajo, y el deseo como algo fijo y forzado, pues es más satisfacción que la simbiosis de racionalidad y subjetividad en tanto política.

De allí ese juego del deseo, que reprime su voluntad inherente del querer y el hacer, pues estos despiertan una agitación del miedo, “una tristeza inestable surgida de la idea de una cosa futura o pasada, de cuya realización tenemos alguna duda” (Spinoza, 2017, p. 243). No obstante, la condición moderna de producción de ese deseo se anuncia como una inmensa acumulación de espectáculos y con ello la percepción ya no reviste complicación, sino que por el contrario ahora es muy sencilla y constituye un todo. Ahora, el presente y futuro se encuentra en lo lúdico, en lo positivo, en un individuo que no sirve para otra cosa que no sea el goce de su propia explotación.

Este individuo digital no se da cuenta que está atrapado, trabajando para el propio sistema que lo dopa y lo interna en un espacio online en que entrega sin resistencia su fuerza de trabajo, su rendimiento. El tiempo ahora constituye trabajo. Y todo ello produce estados de agotamiento y cansancio, con todo ese ruido el individuo no tiene un espacio de silencio para dialogar consigo mismo, para reflexionar lo suficiente respecto a tácticas que podrían funcionar contra las condiciones a las que está sometido. Ese constante alboroto y caos de la realidad digital, lo cansan cognitivamente y paralizan su capacidad de análisis, a cambio le da una solución facilista y maniquea.

En “La sociedad del cansancio”, Byung-Chul Han realizaba una crítica a la forma de estar en el mundo y la vida activa de una realidad digital que ejerce una violencia neuronal sobre el individuo a través de estímulos que alimentan su propio ego, lo condena a una autoexplotación y lo cansan al punto de producirle enfermedades neuronales y del alma frente a una autoexigencia de cumplimiento de patrones de rendimiento. La prevalencia del deseo por consumir frente a un entorno lleno de actividades que no terminan nunca bloquea el momento de aburrimiento y reflexión. Por ello ocurre, dice el autor, que no florezca el pensamiento filosófico y artístico, y sin ellos es imposible ejercer la creatividad en la vida contemporánea.

Es así como la condición humana abandona su individualidad y se concentrará en su funcionalidad dentro de una realidad artificial en que la mirada inquieta se vuelca en la percepción de la propia existencia del individuo, mas no en su vida activa como sujeto de trabajo, acción u obra, que dentro de ello son capaces de producir miedo o rabia. Por eso del exceso de positividad de la realidad digital que busca vaciar la mente de eso que lo atosiga y lo reemplaza con el placer a través de una saturación de información, imágenes y videos en que la mirada hiperactiva y la histeria del rendimiento provocan que el sujeto ni siquiera oponga resistencia a esos impulsos e instintos.

Esto muestra una forma de control en el que la liberación sigue un nuevo modo de sumisión que administra los cuerpos ya no en entornos cerrados y rígidos, sino en entornos que se imaginan libres, sin límites y eficientes, un panóptico digital. Así, su forma desterritorializada funciona mediante el consumo excesivo, el marketing, psico-fármacos e individuos que son informatizados e informatizables. En este espacio, la técnica de dominación neoliberal no coacciona la libertad del sujeto, sino que hace un uso excesivo de la misma para maximizar el rendimiento que termina por convertirse en autoexplotación de la que devienen varias enfermedades psíquicas ante el cansancio por la administración del tiempo y la atención del que requiere el objeto técnico.

            Según Berardi, tanto la depresión y varias enfermedades neuronales se han producido por un sistema emocional que no es capaz de enfrentarse infinitamente a la hiperactividad provocada por la competencia y los psicofármacos. La realidad virtual que presenta a un individuo ubicuo necesita de un modo en que todas esas interacciones se conjuguen. Es la hiperconectividad, que no es más que una electrocución permanente, pánico y sobreexcitación, en el que la atención está sobrecargada de información y saturación de circuitos de recepción en donde emergen formas depresivas de la psique social y del comportamiento colectivo.

Una sociedad cansada, agotada e hiperactiva, no concibe la capacidad de alcanzar un punto de soberanía o de acciones libres, pues esta hiperconección a la que el individuo está constantemente sujeto no solo lo aliena de su realidad física, sino que también lo deserotiza de la experiencia comunicativa con el otro, En donde se rompen los lazos de solidaridad, vínculos sociales, reglas simbólicas, identidad e integración funcional de un sistema en el que se tenga conciencia del conflicto de la realidad ilusoria de la que vive, de expectativas y promesas frustradas, de su agotamiento, apatía, carencia de ambición y sin capacidad para exigir nada. Este constante limbo en que se encuentra el individuo, en la órbita de la hiperconectividad, está contribuyendo a la sensación de impotencia en la sociedad al hacer que el individuo se sienta atrapado en una máquina de comunicación que ha fragmentado su atención y su capacidad de acción colectiva.

Esta ubicuidad que proporciona lo digital, por medio de perfiles, centro de almacenamiento de la vida del sujeto, alteran también su condición de “instinto de muerte” lo que es problemático para las simbolizaciones históricas requeridas para el funcionamiento de las instituciones sociales, ya que el sujeto tiene que “negar” su actual estado de existencia, tiene que transgredir su actual modo de ser para engendrar un nuevo modo de vida (Castro-Gómez, 2018). El ciclo de la producción empieza cuando de la muerte emerge sus frutos, pero el individuo digital está desligado de sus identificaciones históricas y ahora está compuesto por un artificialismo que lo califica y lo individualiza. Su lugar en el mundo, que da lugar a la acción política, está desterritorializada, está en todas partes y a la vez en ninguna parte, acelera el tiempo y distorsiona la experiencia.

Si bien la era digital ha posibilitado la conexión entre distintos individuos, y ha sido un eficiente instrumento de coordinación, digamos de movimientos entusiastas, estas comunidades online se disuelven tan rápido como se formaron. El acceso ilimitado a información, lejos de contribuir al mejoramiento del mundo, en donde se auguraba que la democratización de la información significaría una forma eficiente de confrontar la realidad y de mejorar la sociedad, a resultado en la erosión de la capacidad humana para imaginar un futuro distinto. Pues este individuo termina atrapado en la mercantilización de su propia vida, en vez de producir verdaderas acciones comunes, el individuo compra un estilo de vida que le ofrece el mercado y con ello contribuye a fortalecer al sistema, así la ideología pasa a convertirse en moda y su efecto de impacto se transforma en placer.

Este sistema de hiperconsumo, de la mano de eficientes tecnologías de control que hacen suyo al deseo, genera una perspectiva del control total por parte de una red informatizada que vigila constantemente, cada clic es almacenado y rastreado. Los datos entrenan un algoritmo que orienta la información hacia el consumo y la distracción, en lugar del debate y la reflexión colectiva que pone en colapso la imaginación política respecto a una participación basada en la colaboración de sujetos dispuestos a la creación de un mundo de nuevas condiciones frente al sistema dominante neoliberal y de condiciones digitales.

De esta manera, exponer el estallido de una negatividad radical que haga posible socavar el orden establecido como un renacer de la fuerza contemplativa del mundo de lo sensible, de los grupos y estrategias de los aparatos políticos es una tarea necesaria para viabilizar la legitimidad de las luchas. Puesto que la era de la técnica está impregnada de un profundo positivismo, tan romántico y seductor que armoniza fantasiosamente el orden social y afecta la sustancia o constitución del individuo ya no en sentido antagónico, sino que en un modo artificial y homogéneo.

La resistencia digital como vía para a la acción común

La revolución tecnológica ha significado un gran cambio respecto a las formas en que se vive la vida y el cómo se concibe al mundo. Así pues, el hombre se ha dispuesto como un trabajador insaciable dentro de una red que representa al tiempo de lo no muerto; ahí su mero vivir se prolonga al disfrute, al juego. Y esta ludificación lo ha convertido en un ser que no actúa, que se empecina en el juego y lo dopa para explotarlo. La posibilidad de acción en este ámbito es negada, pues la red digital no es más que artificialidad, frialdad y una alta falta de pasión, en donde no hay cambio y sin ello la acción o resistencia no podría hallar paso. Su sistema, en sí, inhibe la posibilidad de miedo y alimenta las fantasías del individuo para no recriminar una realidad artificial que, al fin de cuentas, le sirve de escape de la vida misma.

En este sentido, vale preguntarse cómo hacer frente a esta situación, cómo pasar del tecleo a la acción, a “la eclosión de quién yo soy en la acción política” (Tassin, 2012, p. 38) y más no quién soy yo por la domesticación de imágenes. La acción no solo se desarrolla dentro de un espacio físico material, sino que puede desarrollarse dentro de la red digital y agregarle un ámbito político. Esto va a conformar lo que se ha dado por llamar ciberactivismo, hacktivismo o tecnopolítica, la acción desde la red digital en donde los cuerpos no se movilizan, sino que se expanden en caracteres, videos, imágenes, audios, lo que será fundamento para la resistencia social.

En la nueva ágora digital, el individuo es parte de un clima de igualdad, pues ahí se mueven órganos de gobierno, empresas, sindicatos y demás, lo que permite al ciudadano suscitar actividad política y una interrelación más cercana con estos organismos sin importar la distancia material entre unos y otros. Pero se debe distinguir entre actividad y acción política, pues la primera puede suscitar formas de reproducción de información sin un “carácter cíclico y de necesidad (…) procedimental dominado por la racionalidad medios-fines” (Chaparro, 2015, p. 7), sino más en un sentido irreflexivo dominado solo por la pulsación de compartir contenido no razonado y de espectacularidad o como podría llamarse lo carnavalesco de la política. La acción política, entendida desde Arendt (2005), es el entendimiento de la vita activa de la condición humana por excelencia que llama a la acción al hombre para la posible construcción o transformación del mundo.

La actividad política puede convertirse en algo lúdico y pre-reflexivo dentro del ciberespacio, pero si a este espacio red que da cuenta de una gran comunidad digital y que además corresponde un escenario en donde los sujetos políticos pueden expresarse, la acción política transformadora devendrá en un grado propicio para la observancia, reciprocidad o validez del habla, lo que va a responder al fin y al cabo en una estructura de decisiones y construcción cooperativa de sentido. Es esto lo que conformará el espacio favorable para la resistencia digital, un espacio de “construcción del consenso colaborativo y el fortalecimiento del sentido comunitario” (Chaparro, 2015, pág. 7).

La resistencia digital, en este contexto, convertida en una extensión de la acción política, plantea la posibilidad de que los ciudadanos al navegar por el ciberespacio puedan hallar en el un entorno de transformación, diálogo, y colaboración. Al ser un espacio de alta visibilidad, los individuos pueden conformar espacios de resistencia y autonomía. Estos espacios operarían como “una táctica de los receptores de información hacia el asalto de los medios a las mediaciones para descubrir la trama donde lo masivo se enreda con lo popular” (Scolari, 2013, p. 120). Este proceso daría como resultado en la conformación de movimientos de distintas formas y resultados dependiendo del contexto social, ya sea en economía, la adscripción al grupo, relaciones interpersonales, sistema educativo, producción cultural o formas de interpretación ciudadana.

Sin embargo, hay que entender que, según Castells (2012), la tecnología no determina ningún movimiento o comportamiento político. Más bien son herramientas para organizarse, de expresión cultural y plataformas de expresión de autonomía política, favoreciendo así la democratización y participación cívica, puesto que este ciberespacio tiene un efecto significativo sobre la intensidad y potencia de los movimientos para favorecer el debate activo sobre demandas políticas y sociales. Esto supone una horizontalidad en las relaciones no jerarquizadas, pues como ya se mencionó anteriormente, dentro del ágora digital el clima de igualdad predomina, así se incentiva a la intervención de los individuos en el orden social, y de esta manera se labra un camino hacia la posibilidad de acciones comunes que involucren a una comunidad o grupo que, para Arendt (2005), potencia la actividad concertada que permite poder de existencia en la esfera pública y que ahora va a ser ejecutada/ayudada desde un espacio digital como una herramienta para influir a nivel existencial.

Así también, la resistencia digital se va a enmarcar en una lucha contra la hiperinformación, el control del individuo por algoritmos o el Big Data, lo lúdico, así como las críticas a las modificaciones en la forma en que se vive la vida y en que se mueve el cuerpo. El espíritu de la era de la información, como lo llama Himanen (2004), “está dominada por siete valores dominantes: el dinero, el trabajo, la optimización, la flexibilidad, la estabilidad, la determinación y la contabilidad de resultados, mismo que juegan un papel preponderante en la formación de la nueva sociedad y que también va a representar un desafío al espíritu alternativo al informacionalismo” (p. 100).

Aquí la resistencia digital jugaría un papel clave ante la revolución de las tecnologías de la información que ha significado “la formación de una nueva fuerza de trabajo y el proceso de “aprender haciendo”, al impulsar los usos productivos de la tecnología” (Castells et al., 2005, p. 131). En la economía de la información apenas sobrevive un rastro de saber y de conocimiento que no sea rápidamente descartada por los trabajadores autoprogramables, que reconfiguran constantemente el ciberespacio y en tiempos flexibles, lo que significa más eficiencia y un alto grado de optimización que tiene como fin último el mejoramiento de la red.

El espacio red, en este sentido, configura un tipo de filosofía del desarrollo personal, donde el ser humano es tratado como un ordenador, con rutinas mentales siempre susceptibles a una mejor reprogramación. Este enfoque responde al espíritu dominante de la sociedad red, donde la eficiencia, la productividad y la adaptabilidad se convierten en valores centrales. Se espera del individuo constante actualización de sus habilidades, que se han dado por nombrar multitasking, de los comportamientos y de su identidad fusionada en una unidad compacta, todo ello para mantenerse alineado a los requerimientos que exige navegar en la órbita digital.

Este tipo de reprogramación técnica se sirve también de lo emocional y lo social. A través de ello, las plataformas digitales fomentan la idea de que las conexiones humanas pueden optimizarse de la misma manera que se optimiza un sistema, por medio de ajustes y mejoras continuas con el fin de alcanzar una versión ideal del “yo”. Así, esta filosofía del desarrollo personal dentro de la red conducirá a que las relaciones interpersonales sean concebidas de acuerdo con lógicas similares a las redes digitales, medida en términos informatizables, de los números útiles, eficientes. Como resultado, la autonomía del individuo queda concebida como una medición moldeada por los algoritmos que predicen y reprograman sus comportamientos. Este es un control sutil de la vida pero que, al fin y al cabo, termina por demostrar la agresividad de un sistema que no tiene límite entre la vida pública y privada del sujeto, pues los ha congregado en una red de amplio espectro de la cual es difícil de escapar y así influir sobre su desarrollo personal.

El ser humano es, en este contexto, visto como un ser reprogramable que pierde su singularidad en el terreno de la inmediatez de la red que le exige una constante estandarización de las expectativas de comportamiento.  Su desarrollo personal plantea varios desafíos en cuanto a un equilibrio entre una agresiva y constante reprogramación a la que está sujeto el individuo y la preservación de su identidad y autonomía fruto de su estar en el mundo de lo sensible.

            Así también, la relevancia del usuario en Internet va a depender de los nodos de su red, de las interacciones que establece y su estructura, es decir, a donde se dirige su actividad y a que contexto social. En el ágora virtual, las interacciones son masivas y tienden a permanecer invisibles, de modo que hay que pasar de actividad individual a acción común de autocomunicación negativa, aquella en el que el individuo autodirige sus canales de comunicación y que tiene un potencial de llegar a grupos de personas que tienen un mismo interés en cierta acción. Así la comunicación no se pierde entre la universalidad infinita de información y que ese florecimiento de resistencia digital quede olvidado.

Esta autocomunicación negativa, en la que uno mismo genera el mensaje, define a sus receptores y su canal de difusión; guarda en sí una respuesta subversiva hacia una cultura digital que enaltece en sobremanera un optimismo superficial. La negatividad dentro del mensaje será una herramienta de reconocimiento hacia lo que falta, lo que duele, lo que incomoda en sociedad y con ello forjar una acción transformadora que denuncia la opresión del excesivo positivismo sobre el individuo trastornado cognitivamente y lo que hay detrás de esa cultura del like. La exposición de la vulnerabilidad en el mensaje es una forma de generar redes de solidaridad, frente a la singularidad y frialdad de la red. Solo cuando el humano autocomunica su duelo, se pueden construir marcos de referencia para reclamar un espacio, pues al lamentar públicamente su pérdida, este va a generar vínculos compartidos de solidaridad que, en la red, el duelo como acto performativo conformará comunidades de resistencia digital, pues todos somos, de cierta manera, frágiles y dependientes de los otros.

En su obra “El hombre unidimensional”, Marcuse presentaba a las sociedades capitalistas contemporáneas como un ente que está integrando, controlando y absorbiendo cualquier forma de pensamiento crítico, dejando al individuo incapaz de cuestionar o desafiar el statu quo. El pensamiento uniforme o unidimensional se erige como una forma de conformismo, lejos de la pluralidad de perspectivas y modos de pensar la realidad. Se reprime la capacidad de decir “no”, de criticar, pues el acto de lo negativo es piedra angular para la conformación de una fuerza critica que desafía la visión simplista y, en este caso, optimista del sistema dominante.

Lo negativo es una fuerza que resiste y critica las creencias aceptadas, en ella se desarrolla lo extraño frente a un sistema dominado por lo idéntico en el que se hace innecesario el fortalecimiento de las defensas del organismo (Byung-Chul Han, 2012). El surgimiento de lo negativo, del “no” sobre espacios digitales, es una vía para la formación de vínculos comunes de solidaridad en que los individuos toman conciencia de que un problema, que se les ha dicho es responsabilidad de todos, en realidad nadie lo es y este es el verdadero desafío. La responsabilización sobre el sujeto a cierta situación lo que en verdad provoca es la invisibilizacion de ese problema, pues cada uno se señala como el culpable y la acción o pensamiento crítico termina por paralizarse ante una desidia colectiva a cambiar eso que, al fin y al cabo, cada uno termina provocando.

Este acto consentimental, en que todos se ponen de acuerdo en voltear la vista, es el verdadero desafío para la conformación de un sujeto colectivo en un sistema que privilegia la desconexión de la propia agencia. El sujeto colectivo, como una entidad grupal con identidad, conciencia y agencia compartida es clave para la confrontación en una órbita digital que desterritorializa al individuo de su entorno, lo ubicua y lo desvincula del contacto con otros. Solo hay resistencia porque existe una realidad de contenidos y experiencias en que se hace necesario responder por la relación que hay consigo mismo. La resistencia digital en este caso viene a ser un acto de lo colectivo, de lo común, que recupera las capacidades de decisión, acción y resultados en la vida, frente a un colosal panóptico digital.

En definitiva, la resistencia digital va a plantear alternativas que hagan frente a la lógica neoliberal del rendimiento y la optimización, especialmente respecto al constante ruido de información que agotan a los individuos, dando herramientas para que el momento de cierre y contemplación reflexivo por fuera de la red se conjugue. De hecho, varios movimientos sociales han surgido de esta manera. Un caso notorio fue la Primavera Árabe en 2010-2012, donde el papel de varias plataformas como Twitter y Facebook fueron importantes para coordinar las protestas y difundir información a nivel global frente al bloqueo impuesto por los regímenes autoritarios. Esta auto comunicación de las masas, donde los usuarios generaron, distribuyeron y consumieron su propio contenido, fue vital para conjugar resistencia en el movimiento frente a las dictaduras que los oprimían.

Otro caso notorio fue el movimiento #MeToo que denunciaba casos de abuso sexual y acoso en la industria de entretenimiento estadounidense, pero que gracias al poder de las redes sociales se difundió rápidamente a todo el mundo. Los hashtag fueron esenciales para conectar la información con diversos casos e historias de abuso sexual de la que miles de mujeres fueron víctimas. En torno a ello se generaron vínculos de solidaridad digital que proclamaban la resistencia contra la cultura del silencio que rodea al acoso sexual y amplifico la denuncia para ejercer presión en las instituciones.

Por último, es importante mencionar el caso del Movimiento por los derechos digitales que, desde 2010, lucha por la privacidad en línea, la neutralidad de la red y el acceso a la información. Este grupo de activistas han utilizado campañas en línea para resistir a la vigilancia estatal utilizando herramientas como la encriptación, el software libre y redes anónimas para preservar la autonomía digital frente al control y la censura. Además, organizaciones como Electronic Frontier Foundation (EFF), Access Now y #SaveYourInternet han jugado un papel importante para resistir a leyes que intentan restringir el accesos a la información y los derechos digitales de una ciudadanía digital.

En definitiva, el desarrollo de las resistencias y la acción frente al fantasmagórico monstruo digital, crea la posibilidad de traer de vuelta la conexión de las relaciones, los ritos, la posibilidad de habitar y la posibilidad de ser en el mundo material en detrimento del ciberespacio y reencontrarse con significaciones por medio de la contemplación para hacer frente a la acumulación, desmesura de lo positivo, proliferación de la información, es quitar el ritmo a la producción y al poder seductor, para despertar las mentes con miedo, dolor, melancolía que forman parte para la acción política.

 

Del “poptimismo” y hedonia depresiva para rehuir del conflicto y del dolor

En “Realismo capitalista”, Mark Fisher presenta una sintomatología de la forma de vida moderna representada como la cancelación del futuro, en donde generaciones modernas están siendo sometidas a una cultura de remakes y repeticiones en pantallas de alta definición y con ello la posibilidad de soñar queda aplastada. La colonización de lo imaginario, presenta Fisher, ha sido aliciente para que las ideas radicales sean desactivadas; incluso el arte y la cultura pop, que en cierto tiempo tuvieron críticas al capitalismo, ahora se han vaciado de contenido subversivo reduciéndose a meras mercancías.

El anacronismo de la cultura neoliberal ha conllevado a la estasis: el tiempo se ha detenido, deviene una tierra de nadie, que nunca cambia o envejece, que está suspendida en la eternidad bajo un frenesí por la novedad y de un movimiento perpetuo hacia el montaje de épocas pasadas. (Fisher, 2018b, p. 29)

La cancelación del futuro se nutre de “la mitología burguesa de desarrollo lineal del bienestar y democracia, de la mitología tecnocrática del poder universal del conocimiento científico y así sucesivamente” (Berardi, 2014, p. 88), todo ello por su marco conceptual siempre progresivo en donde las expectativas culturales son fabricadas. Todo se somete al perpetuo cambio de la moda y a la imagen en los media, nada puede cambiar ya nunca más (Jameson, 2000), esto es la estandarización de lo todo. El siglo XXI se ve oprimido por una deflación de las expectativas en el que pareciera que la cultura ha perdido su capacidad de asir y articular el presente.

La vista constante al pasado resulta, actualmente, más cómoda, más tranquilizadora y esperanzadora frente a un futuro escaso en imaginería e impredecible. Esto alimenta la sospecha en el individuo sobre un tiempo que no puede ser controlado, que se le escapa y fluye sin su mano. Y esto ha sido trabajado grandemente por los dispositivos neoliberales como una forma de enganche al ofrecer la consolación y tranquilidad que tanto se reclama. Así, la extrema positividad se ha vuelto un extraño dopaje suministrado a un individuo para entregarle una realidad deformada en un infantilismo entusiasta y positivo, en una colorimetría que deslumbra a quien lo vea.

El poptimismo es eso precisamente: esa cultura de lo positivo, de la excitación, la retrospección, el fervor desmedido que predica contra cualquier negatividad, y que exalta sobre los infinitos placeres del “arte del consumo”. Pues del consumo, dirá Byung-Chul Han (2014), se venden significados y emociones como recursos para incrementar la productividad y el rendimiento, lo cual es una completa transformación respecto al modo en que se organiza el trabajo y el ocio. Este capitalismo de emociones impulsa hacia un consumo sin fin y hacia la satisfacción sin restricciones y sus productos culturales se han convertido en portadores de nostalgia ante su incapacidad de conjugar representaciones estéticas de nuestro tiempo. Ello es lo que conforma el poptimismo: una mirada nostálgica hacia un pasado ya conocido que abandona la creación de formas culturales innovadoras adecuadas a la experiencia contemporánea. La nueva fórmula de dominación es “sé feliz” y desde allí se impulsa a pensar sobre el futuro bajo funciones pacificadoras del entretenimiento, de las reiteraciones y permutaciones. Es la repetición una y otra vez del pasado bajo formas de nostalgia y retromanía (Fisher, 2018b).

En “La sociedad paliativa”, Byung-Chul Han describe sobre la obligatoriedad de ser feliz como una estrategia para combatir el dolor a toda costa y que este termine por trasmitirse socialmente, pues aquel refleja desajustes dentro de la esfera socioeconómica. De este modo, la sociedad se insensibiliza frente a la crítica, frente a su situación social, pues encuentra su analgésico en las redes sociales y juegos de ordenador. Esta anestesia social, dice el autor, impide el conocimiento y la reflexión, lo que reprime la verdad, ya que la necesidad de prestar voz al sufrimiento es condición de toda verdad (Adorno, 2005).

Por ello este dispositivo de felicidad (poptimismo) despliega un gran valor de uso para el capitalismo, pues no solo de ella se puede hacer uso paralelo al sentimiento de libertad del individuo respecto de su libre despliegue de personalidad, sino que también funge como un campo de consumo infinito auspiciado por las emociones constantemente explotadas por el capitalismo, por su performatividad para llegar hasta lo más profundo del individuo. Es decir en un nivel prerreflexivo y así ejercer control psicopolítico del mismo (Han, Berges, et al., 2014). Es a causa de esto que se reprenda a los individuos cuando no son lo suficientemente entusiastas y positivos, pues de esto se alimenta el sistema.

El modelo de verse bien y sentirse bien que orienta al humano hacia tareas de cómo perder peso, cómo decorar su casa, cómo mejorar su apariencia, que es autoritario y elitista, se lo concibe como algo consensuado entre todos, pues todos sentimos lo mismo en un red que homogeneiza y estandariza los modos de vida. De esta manera, solo ciertos tipos de intereses aparecen como relevantes, mientras que los más importantes son solapados para alimentar el yo narcisista. El público obtiene lo que el público quiere; continúa diciéndose a sí mismo que es “feliz” y escupe al mundo como si este fuera una maldición. Los bienes de consumo entran en un papel de compensar la devastación del espacio público y la ausencia de la solidaridad (Fisher, 2018b).

Que no nos importe si nos estamos mintiendo a nosotros mismos, quizá sea el precio de la felicidad, o al menos el precio que debemos pagar para liberarnos de la angustia mental intensa (…). La incapacidad de dormir, que implica una incapacidad de soñar, se correlaciona con la destrucción de la capacidad de contarse a sí mismo una historia confortable respecto de quién es. (Fisher, 2018b, p. 215)

            En vista de esta dominación de constantes estados de lo mismo se ha producido en el individuo un “cuerpo hedonista que se gusta y se disfruta a sí mismo sin orientarse de ninguna manera a un fin superior, desarrolla una postura de rechazo hacia el dolor. Le parece que el dolor carece por completo de sentido y de utilidad” (Han, 2021, pp. 12-13). La forma del ciberespacio incurre en una vegetación de la vida cotidiana sumergida en una mentira universal optimista donde “lo real es insoportable, y cualquier realidad que seamos capaces de construir no será más que un tejido de inconsistencias” (Fisher, 2009, p. 61) pues esa realidad se está desarrollando dentro de una fantasía infantil de omnipotencia y además está construyendo un muro entre el sujeto y la esfera social. El encuentro material está siendo desplazado por un encuentro fantasmagórico que representa al individuo separado de su ser para internarse en un espacio online de lo positivo y la forma offline, de lo material, representa negatividad, obligación, prohibición o castigos.

            En “Los fantasmas de mi vida: escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos”, Mark Fisher describe que alguien que se mueve en la esfera social experimenta sentimientos de estar aislado, desconectado, rodeado por un espacio hostil donde las estructuras sociales y las relaciones son inestables y cambiantes, generando una sensación de agotamiento y miedo al fracaso. Debido a ello es que aquello que nos generaría curiosidad del mundo de lo real; es resuelto por la superficie entre la yema de nuestros dedos y el tecleo de nuestras computadoras. El  miedo que el individuo siente respecto su realidad no es más que por una sensación de que está perdiendo control sobre su entorno, pues la tecnología le ha ofrecido una mediación entre su realidad y sí mismo desconectándolo de su auténtica existencia.

            El enfrentamiento del individuo con su mundo material le es temido pues lo encuentra raro, ya que no allá la forma de interactuar con él de forma directa fuera de la mediación del objeto técnico. Lo raro que, en primera instancia debería referirse a lo técnico como aquello que no debería reconciliarse con lo domestico, lo familiar, da un giro y es ahora esa familiaridad la que ahora nos parece extraña.  Según Byung-Chul Han, en “Psicopolítica, neoliberalismo y nuevas técnicas de poder”, esto puede ser debido a la lógica de gratificación, de los amigos o seguidores, que ha sometido a la comunicación social a un modo de juego llevando a la destrucción de la comunicación humana por una felicidad de lo superfluo.

            La realidad física por ello se siente menos comprensible y más fragmentada; y lo que le provee la máquina deseante es la expectativa de que el mundo material no tiene otra alternativa que no sea fuera del sistema. Para el individuo, la realidad digital es más manipulable y menos demandante, por ello de esta expectativa del mal en su inconsciente hacia el mundo material, pues le genera una angustia de ser arrojado a un mundo sin un fundamento fijo y se enfrenta a la posibilidad de su propia nada (Heidegger, 2016). Especialmente las redes sociales y los dispositivos móviles a modo de simulacro facilitan la vida del individuo dándoles la ilusión de sentido y plenitud a través de un mundo de imágenes y signos carentes de significado.

El individuo, por su incapacidad de soportar su soledad y libertad radical que el mundo de lo real le ofrece, prefiere someterse a la autoridad y renunciar a su individualidad hacia una máquina que oculta la ausencia de verdad. El individuo se predispone hacia una expectativa del mal  sobre su mundo material que le provoca displacer y desamparo por una frustración de que lo real no pueda proveerle sus propias exigencias de satisfacción y una respuesta adecuada frente a sus excitaciones y pulsiones internas que cree solo pueden ser saciadas por una máquina que le provee una simulación de su vida manejable. Por ello el individuo experimenta un extrañamiento de su propia realidad y pretende llegar a su final feliz de la mano del ciberespacio, que planea para él todos los finales posibles.

En este sentido, la felicidad se mide en términos de eficacia por sus arreglos que no representan demasiado esfuerzo por parte del individuo, lo que asegura su sumisión hacia un sistema que incita al individuo a comunicar sus necesidades, deseos y preferencias, en sí a que cuenten sus vidas para después no solo mantener una estricta vigilancia, sino para comercializar con la vida misma (Han, 2021). Por ello, el encanto con lo digital, el individuo cree que el aparato técnico lo comprende, que entiende de sus gustos, no da cuenta que se juega con su libertad la cual es convertida en zona de bienestar respecto a la voluntariedad de hacer lo que quiera, decir lo que quiera y ser quien se quiera ser.

“La estrategia de aceptar lo inconmensurable y lo insensato sin hacer cuestionamientos fue siempre la técnica ejemplar de la sanidad” (Fisher, 2009, p. 62) y ahora es objeto de la empresa neoliberal en donde la construcción y destrucción de ficciones sociales funcionan a la velocidad de la producción y distribución de mercancías encargadas de mejoran los estados anímicos para que no aflore el descontento y mucho menos el enojo y dolor que hace dar cuenta de las injusticias sociales. La sociedad paliativa se inmuniza frente a la crítica insensibilizando sobre la tarea del conocimiento y la reflexión, pues suprime la verdad (Han, 2021).

Así la vida se convierte en una normativa polarizada contra todo valor negativo que es decrecimiento e impotencia. Ernst Jünger decía: “¡Cuéntame qué es para ti el dolor y te diré quién eres!” (2003, p. 13). El dolor es una interpretación del mundo en que se vive y es clave para el entendimiento de la realidad, es lenguaje y contexto de rabia que habla del deseo y de sus disposiciones en cuanto mecanismos lógicos de relación o de cambio: un microorganismo de la política (Safatle & Valencia Estrada, 2019). El dolor, la melancolía son procesos de formación subjetiva, una parte del Yo en las cuales el poder político se asienta y actúa, pero el dispositivo neoliberal de la felicidad hace ver al sufrimiento como resultado del propio fracaso, y por ello si hay angustia o inseguridad todo se vuelca a uno mismo.

El miedo al sufrimiento a derivado en una anestesia permanente que lleva a evitar cualquier estado doloroso sea personal, emocional o social que desemboca en una “falta de sensibilidad absoluta, de modo que el sujeto queda, en cierto sentido, de subjetivado y reducido a no ser sino un bendito idiota que solo puede producir un balbuceo ininteligible” (Žižek, 2011, p. 231). Ha surgido una presencia que apenas está allí, algo suplementario de voz abstracta y ausente destituidas de las cadenas afectivas ordinarias que va unido a un excesivo narcisismo de la propia mismidad; “el sujeto narcisista no puede fijar claramente sus límites (…). El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo” (Han, Gabás, et al., 2014b, p. 11) y por ello el pensamiento pierde toda vitalidad, toda quietud y se hace represivo e incapaz de ninguna conclusión, todo se derrama y se esfuma, sin posibilidad de cierre.

Esta paradoja neoliberal, de la inhabilidad para hacer cualquier cosa que no sea perseguir el placer y la gratificación inmediata es lo que Mark Fisher llama “hedonia depresiva”. Menciona que si la depresión se caracteriza por un estado de anhedonia, una incapacidad de sentir placer; lo que él marca es completamente contrario, y su llamada para repolitizar el ámbito de la salud mental vinculando enfermedad y posfordismo (Fisher, 2018b). Se pregunta si la consecuencia en la memoria de la juventud no fuera por otra cosa que una parálisis de la temporalidad y la sensación de vivir un presente sin comienzo, sin fin, día tras día. En cuanto a ello ya ha habido referencias sobre cómo el sujeto está perdiendo lentamente su capacidad para articular su tiempo presente e histórico, reemplazándolo por una atemporalidad que no le es natural al mundo material y tampoco al pleno desarrollo de un estar en ese mundo y de ser en ese mundo.

Fisher apunta que se en estos tiempos se desarrolla un estado de esquizofrenia y trastorno bipolar al interior del capitalismo por los ubicuos sistemas de evaluación y autoevaluación, la postergación indefinida de los deberes y auditorias permanentes que conducen a un cuadro psicológico colmado de ansiedad perpetua e insatisfacción ante una intensa mercantilización de las vidas que, como anunciaba Deleuze en “Post-scriptum sobre las sociedades de control”, provoca que por esa vida marcada por exigencias continuas de rendimiento y manejo personal el agotamiento aparece y la presión se perpetua ante la falta de límites al control de la vida a través de la tecnología.

En las sociedades contemporáneas, dirá, el control se internaliza en el individuo que constantemente está auto vigilándose y adecuando su comportamiento para alienarse de las expectativas sociales. Esta auto vigilancia que en principio le sirve al individuo fragmentado, que Deleuze le llamará dividuo, una entidad separada que navega en la órbita digital lleva consigo una profunda falta de autenticidad, alienación y sentimientos depresivos pero que, por el contrario, no puede pasar de esa pulsión hacia ese dolor. El individuo disfruta, siente placer, desde los pedazos mismos de su existencia (Deleuze, 2006).

En “Lo raro y lo espeluznante”, Mark Fisher explica que el individuo en ocasiones experimenta una sensación de inquietud hacia algo que está ausente cuando debería estar presente o por lo que está presente sin deber de estarlo. A ello lo llama lo espeluznante, la sensación de vacío o falta que genera inquietud en el individuo. Desde esta perspectiva lo espeluznante para el individuo se experimenta en la forma en que este lentamente se convierte en un zombi falto de conciencia ni voluntad propia, controlados por pulsos automáticos que rigen su psique y construye una masa sin pensamiento crítico. Pero, a pesar de estado, el individuo experimenta en esta angustiosa autodestrucción un estado de éxtasis y placer superficial que termina por profundizar su propia desintegración.

La angustia, depresión que siente el individuo dentro del espacio digital, no es más que el reflejo de aquello que está perdiendo y debería estar presente, su humanidad, en tanto ser que edifica y diseña su mundo y así mismo su pertenencia a una realidad que no es fija y mucho menos simulada. En el mundo material él es un ser que existe por sí mismo en un constante devenir de múltiples flujos y conexiones cambiantes. Sin embargo, dentro de la realidad digital, el individuo se convierte en una especie de sustancia de identidad fija e inmutable, un fragmento fuera de lugar y de tiempo que “se gusta y se disfruta así mismo sin orientarse de ninguna manera a un fin superior” (Han, 2021, pp. 13-14).

Queda la sensación de que efectivamente “algo más hace falta”, pero no se piensa este disfrute misterioso y faltante solo podría encontrarse más allá del principio de placer. (Fisher, 2009, pág. 32).

De esta manera se experimenta el hedónico depresivo, con su compulsión a una la cultura de consumo que lo impulsa constantemente a concebir que algo le hace falta y que ese algo puede ser satisfecho a través del tecleo, los me gusta, imágenes y videos, en vez de su interacción con los otros y su entorno. Precisamente, así funciona este sistema, del encuentro desde el principio de placer que repercute en una división del sujeto de las instituciones disciplinarias a un nuevo estatus como consumidor de servicios, y que lo vuelve en un adicto al control. Aquel que necesita fanáticamente controlar, pero que también es víctima de ese mismo control (Fisher, 2009).

Esta búsqueda de placer inmediato, ya sea desde el producto cultural o el objeto técnico, produce en el individuo una satisfacción pero que es transitoria y superficial, lo que alimenta la insatisfacción permanente dejando al individuo atrapado en un ciclo dominado por la falta de un propósito más profundo. Claro, el individuo es un ser configurado para habitar el mundo de lo real, sin embargo, a pesar de encontrarse en el espacio digital con una realidad superflua, sin sentido de vida, de culpa y vacío, aun de ella se alimenta y se relaciona con una repetición compulsiva que le parece gratificante.

Este comportamiento, que a la vez es hedonista y a la vez depresiva es por qué actualmente nos encontramos ante la sociedad más enferma psicológicamente. Porque de lo digital no se extrae una profundidad en el compromiso o el sentido de la vida, de hecho, es exactamente por ello, que el individuo compulsivamente siempre vuelve al objeto técnico, un fetiche que le permite huir de su propio vacío existencial. Lo que termina por ser que, “el problema no era solamente yo, sino la cultura que me rodeaba” (Fisher, 2018b, pág. 51).

En La agonía del Eros, de Byung-Chul Han, podemos ver un claro ejemplo acerca de cómo se desarrolla esta hedonia depresiva actualmente. Él describe como el alma impulsada por el Eros, que es aquel que propulsa el alma a relacionarse con el otro y abrirse a la alteridad y al misticismo, produce cosas bellas y de valor universal. Pero, en el neoliberalismo centrado en una satisfacción narcisista, el Eros es sustituido por rendimiento y eficiencia donde lo amoroso se convierte en algo transaccional orientado a una gratificación rápida, lo que le hace perder al Eros su profundidad respecto a la experiencia en la que el amante se entrega al otro.

Ahora, como el individuo se disfruta a sí mismo, ese relacionamiento centrado en una intimidad del goce de la compañía (deseo) y la abismal sensibilidad del toque entre uno y otro se torna en una deserotización del encuentro pues este es mediado por una pantalla. La artificialidad de esa intimidad tan profunda crea en el humano la conciencia de que es un objeto que puede ser dominado o consumido. A causa de ello es que el humano experimente una forma de amor empobrecida y egocéntrica. “El amor es una ‘escena de los Dos’. Interrumpe la perspectiva del uno y hace surgir el mundo desde el punto de vista del otro o de la diferencia” (Han, Gabás, et al., 2014, p. 68).

De modo que, a los umbrales de esta situación, es que las fantasías relativas al otro estén desapareciendo, pues una fantasía que no excita porque no engendra al otro, para convertirse en un mero trabajo. Así la depresión es en este caso presentada como la imposibilidad del amor perturba al individuo pues “no se puede amar al otro despojado de su alteridad, solo se puede consumir” (Han, Gabás, et al., 2014, pág. 23). El otro, a decir de Han, se convierte en un ser fragmentado en objetos sexuales parciales, cosificado como un objeto se disfruta a sí mismo impotente ante la distancia de dirigir la palabra a un tú personal.

Desde esta reflexión, se entiende a Fisher cuando menciona que “lo orgánico es esclavizado por los ritmos mecánicos de lo inorgánico” (Fisher, 2018b, p. 84). Todo es comercializable en la pantalla, y la existencia misma se ofrece a subasta al mejor postor para ser consumida en la inmediatez. El autor también describe a un individuo melancólico que está reemplazando los viejos roles por fantasmas que llenen ese vacío. Pero él, en su obstinación, no reconoce estos hechos como anormales o patológicos, pues todo ello es medido a su capacidad de consumir, si él mismo es capaz de adquirir aquello por lo que apostaba. En ello experimenta el poder de poseer un algo o un alguien dando una falsa sensación de control que le satisface en gran manera, y en su ceguera no da cuenta de que aquello lo está destruyendo, pues siente que aquello que ha ganado inmediatamente es mejor que aquello que figura ya perdido desde afuera.

Este sentido de la complacencia que imposibilita la catarsis y la acción, que obliga a esconderse bajo el umbral de la positividad que provee goce, placer y gratificación inmediata e impulsa la mercantilización de la cultura trasformada en economía, termina produciendo que el arte pierda su fuerza chocante de incomodar, de molestar, de perturbar, y es allí donde el dolor aparece que se asienta la contradicción al orden imperante. De manera que la vida que expone su rechazo al dolor se cosifica, pues lo que mantiene viva la vida es estar impresionado por lo otro, de donde deviene “la lucha por el reconocimiento y de la conexión dialéctica entre el reconocimiento del deseo y el deseo de reconocimiento” (Žižek, 2011, p. 14)

La problemática es cómo el individuo halla reconocimiento entre él y un aparato digital que no sea mediado por los perfiles digitales usados por representaciones suyas que transitan en el ciberespacio. Estos son dispositivos de autocomplacencia, que producen cuerpos hedonistas que sin dirigirse a ningún fin superior rechaza el dolor, pues el mismo carece de sentido. El dolor se desprende de la imaginación estética y es interrumpido por el analgésico que ponen un muro a la imaginación, el dolor es interrumpido antes que se convierta en narración, pierde referencia con el poder y se despolitiza. La angustia o la cólera, por situaciones de la realidad material, no van a explotar y formar contradicciones frente al sistema establecido.

La nueva fórmula de la dominación es la felicidad, que asume una forma de rendimiento que se encarga de una comunicación total donde se produce un desnudamiento y vigilancia total. Así también, el dispositivo neoliberal establece que cada uno esté atento a su propia psicología, de sí mismo, y no a que se cuestione críticamente la realidad social. Por ello la importancia del dolor pues “agudiza la percepción de sí mismo, perfila el yo. Traza sus contornos” (Han, 2021, p. 31)

“El aumento de conductas autolesivas se puede interpretar como un desesperado por parte del yo narcisista y depresivo de cerciorarse de sí mismo, de sentirse a sí mismo” (Han, 2021, pp. 32-33), y esto es precisamente ser un hedónico depresivo, la insaciabilidad del deseo vital del “debo continuar” experimentado y su dislocación entre el desapego y la urgencia que asumen todas las desagradables propiedades de los muertos en vida constantemente abrumados por las demandas incesantes de las comunicaciones digitales.

De acuerdo con esto es que se engendra en la sociedad la futilidad de la acción, pues la lógica neoliberal está produciendo ciudadanos que buscan soluciones a sus problemas en las mercancías, más no en los procesos políticos. La vitalidad de la red se entrama como una distracción o desaprensión de la organización colectiva y quita energías a sus víctimas ahora convertidas en personajes complacientes que prestan una intensa atención a sus pantallas y se desinteresan de la estructura corporativa social.

La intencionalidad, que separa a los seres humanos del mundo natural, incluye “el propósito de sentirse de cierta manera acerca de las cosas” (Fisher, 2018a, p. 102), es decir, de tener cierta actitud hacia el mundo y a adscribir una estela de pensamiento por una perturbación más allá del principio de placer donde se afirma que la vida no es más que un camino a la muerte; esto es la esencia del tiempo y del cierre que le son naturales a la vida humana. Con ello, cabe reflexionar sobre la desmesura de lo positivo y el sujeto que es hedónico, al disfrutarse de sí mismo, y depresivo por la imposibilidad de vínculos reales, sus relaciones son artificiales, su vida se vuelve artificial, su posibilidad de ser se entrelaza con lo artificial.

Rescatar, además, que esa predisposición de obviar el dolor y lo negativo no solo suscita en el individuo una parálisis respecto a cómo experimenta el mundo en tanto el encuentro con el otro y su mutuo reconocimiento que le otorga existencia material, pues en el acto de mirar es en donde se encuentra conciencia de la existencia del yo en el mundo y como me relaciono con el mismo para devenir de él una identidad en un tiempo histórico concreto. Además, lo negativo y el dolor, como ya se ha explicado anteriormente, producen el escenario propicio para la transformación social y la crítica, pues a través de ellos el individuo encuentra extrañeza de aquel lugar donde habita, de ellos concibe la angustia y memoria de aquello que lo lastima y termina por conjugar acción que dé solución a esa situación que lo aqueja.

Algunas alternativas como mecanismos de resistencia desde lo digital

El uso de tecnologías modernas informacionales, como son los teléfonos inteligentes, tabletas, relojes, etc., hace que la interacción se convierta en información, en grandes masas de datos desde los cuales es posible predecir acciones e interacciones de cada individuo en el ciberespacio. El aparato digital, un exponente basado en la informatización referente a la actividad humana, ha pasado a generalizar un modo de presencia a través de un duplicado virtual que ejemplifica un encaprichamiento de renunciar a cualquier actividad desarrollada al margen de los sistemas de control, lo que es la esfera privada (Críptica, 2019).

Damos información constante sobre nuestras vidas a la red, nuestros gustos, nuestras experiencias, nuestros ingresos o pérdidas, la manera en que vemos el mundo y la manera en que queremos vivir la vida y de ser alguien. Es de este modo que para el sistema le es fácil activar una forma de intervenir en los flujos de acción que puedan generar aspectos potencialmente destructivos para el mismo sistema.

Aprender de técnicas o reglas de juego para combatir estas complejas circunstancias, ante un sistema que seduce, que le entrega al usuario lo que él cree querer y la realización de que es más feliz en la red, es imperante, puesto que dentro de esta red su derrota en inminente. Existen ciertas pautas para hacer frente a esta situación en tanto a “la comprensión masiva, intuitiva y profunda de la capacidad política de organizarnos en red mediados por las tecnologías (…). Una capacidad de innovar políticamente, de “volver a estar juntos”, articulando las capacidades y deseos empezando desde nuestros cuartos conectados para aparecer colectivamente en el espacio urbano” (Toret, 2015, pág. 43).

Una de estas tácticas es mostrar la importancia de la técnica reconocida para la comunidad más como innovación que entretenimiento, brindando una plataforma abierta para los movimientos sociales. El control de información y el uso inteligente de las tecnologías, que son usadas cotidianamente para lo lúdico, expresan su potencia en la conformación de decisiones populares por su gran alcance de incorporación y conformación global de lenguas, lemas, participantes, lo que refleja su carácter multicultural. Esto claro, puede ser alcanzado con una ética del uso de la tecnología que en su forma de enjambres humanos dimensione la potencia del encuentro red para revitalizar la vida social y política.

El individuo es sumamente vulnerable en el ciberespacio, frente a adversarios más poderosos, perseverantes y experimentados. La máquina lo atrapa en una infinidad de información y su atención direccionada a temas sin sentido. Enseñarle de la innovación y alcance que la red puede ofrecerle respecto a la proyección de sus propias preocupaciones, es la clave para que el humano deje de ser dominado por aquello que él mismo creó. Tomar control de su creación le sirve para que el humano haga trabajar la máquina para sí mismo y no al contrario. Según Toret (2015) el papel de las tecnologías no solo ha servido para tejer el sentido de la propia acción o coordinar la misma, sino que también a permitido crear el impulso necesario para ejecutar esa acción, pensamiento y estructuración social.

Sin embargo, aunque el escenario en cierto sentido se ve óptimo para estas acciones, cabe resaltar que la problemática actual de las tecnologías es su predisposición casi divina hacia el statu quo y la producción de comportamientos digitales dependientes de mensajes y contenidos espectacularizados que mantienen al cerebro en un estado letárgico impidiéndole crear una malla de conversaciones e interacciones que analicen la situación social y que aliente precisamente a esa intervención del sujeto con la vida pública y política. Conforme podamos diferenciar e integrar facetas más cotidianas a nuestra existencia, es decir, una rutina de combate, más podremos minimizar los daños de este espacio hostil utilizando estrategias de respuesta en el contexto de la seguridad en las tecnologías de la información.

Uno de estos mecanismos de respuesta se encuentra en el uso del discurso maquiavélico. El cual aboga que la política no es otra cosa que “aquello por lo que adquiere su poder, a saber, un proceso interminable, que se retoma y se pone en marcha sin cesar por medio de ensayos y errores” (Sfez, 2009, p. 94). A través de los dispositivos digitales, quienes ejercen el poder pueden fácilmente manipular las narrativas a una escala mayor. El discurso maquiavélico en este caso entrama una forma de control de las narrativas en redes sociales que constantemente polarizan la política en “comunidades con fuerte cerrazón cognitiva y refuerza el intercambio hemofílico de mensajes” (Le monde diplomatique, 2020, p. 80).

Ese escenario de igualdad obstaculiza el florecimiento de toda narrativa que no se asemeje a la cosmovisión del mundo establecida. Por ello la importancia del discurso maquiavélico del cual derivará ciertos hechos como su consecuencia. Esto es a la luz del discurso sobre lo político que se sitúa como un espacio determinado, que es el abogado y orador que tiene la misión de convencer al auditorio de la rectitud de su acción o de su razonamiento, en todo cao terminan siendo reglas retóricas (Sfez, 2009).

Sin embargo, bajo este umbral también se hace necesario el nacimiento de una nueva ética respecto de los sistemas operativos de código abierto. Tal es el caso de Linux que todos pueden ver, manipular y perfeccionar, es un sistema de altruismo y compartición de productos y asimismo da muestra de comunidades de intercambio entre internautas que dinamita los cimientos del comercio de productos culturales, esa insidiosa forma de disolver la diversidad cultural del planeta ve su contraparte en una nueva aldea global en que la voz humana alcanza una extensión universal gracias a la telemática (Bustamante Donas, 2007).

Y de la mano de aquello va a surgir también la ecología del conocimiento. Referida a la relación entre las tecnologías que se usan para expresar, sistematizar y codificar el conocimiento, y los espacios cognitivos de los individuos e instituciones. “Las tecnologías intelectuales reorganizan el espacio en que se desarrolla la visión del mundo de los individuos y se modifica sus reflejos mentales” (Bustamante Donas, 2007, p. 310). La telecomunicación modifica los canales de comunicación y el flujo de información, a la vez facilitando rutas privilegiadas que orillan al individuo a desistir de caminos alternativos. Pero una ecología cognitiva considera las dimensiones técnicas y sociales de las formas de conocimiento, puesto que es un hecho paralelo al desarrollo de la escritura o la invención de la imprenta con la democratización del saber que supone este dispositivo, con nuevos ejes de inclusión y exclusión sociales.

La tecnología que se convierte en un movimiento al ocupar el espacio urbano (Castells, 2012) va desarrollando una subjetividad de formas nuevas de acción colectiva, basada en el uso político de las tecnologías. La tecnopolítica es patrón de autoorganización política en la sociedad red para transformar las formas de vida vinculadas a la tecnología y creando un ecosistema para la innovación en la vida en general y la acción política que supone una reorganización social a gran escala ya no de agrupaciones de individuos en proximidad física, sino una proximidad de intereses, deseos y proyectos (Himanen, 2004).

Importante mencionar además del fin del anonimato. El acceso a la información practicada desde nuestros dispositivos inteligentes facilita las acciones que se emprenden contra la persona porque revela puntos vulnerables para atacar. El arte de camuflaje, de confusión, si se quiere desvincular una determinada actividad de la identidad real se necesita mantener bien al margen al teléfono celular, es decir, dificultar el labor de identificación utilizando redes alternativas anoninimizadoras como, por ejemplo, Tor o una VPN pensada para proteger la privacidad y proteger al dispositivo de intromisiones no deseadas.

En “Resistencia digital: Manual de seguridad operacional e instrumental para smartphones”, de Criptica, se menciona que la información que recopilan los dispositivos móviles va desde la identidad, contactos, información de wifi, localización GPS, SMS, llamadas, incluso en micrófono y la cámara. Por tanto, la inmensidad de recopilación de información y como los usuarios lidian con ello es clave para el mejoramiento de la privacidad de los usuarios. Los métodos que se recomienda en este manual van desde el control de permisos de aplicaciones, el uso de navegadores con licencia libre como Firefox y la protección de accesibilidad de nuestra información.

Se hallan prácticas de gestión de tráfico caracterizadas por la falta de transparencia por parte de los ISP y por la ausencia de controles; la existencia de redes de distribución de contenidos que permitan acercar contenidos a sus usuarios por medio de acuerdos privados de interconexión y de alojamiento de datos, que empleen algoritmos opacos y la priorización de paquetes de datos (…) conlleva al principio de neutralidad de la Red. (Le monde, 2020, p. 21)

Para proteger al smartphone frente a accesos indeseados, se necesita actualizar el sistema operativo siempre que se ofrezca una opción, con contraseñas de acceso seguras, cifrar las tarjetas SD como la memoria interna del teléfono, asegurarse que la información este calificada como privada. Para protegerse de ese mismo smartphone, se debe establecer rutinas de uso, por días y horarios estrictos, varias aplicaciones ofrecen servicios de uso de teléfonos por periodos de tiempo. También en importante mantener zonas libres de dispositivos, espacios de armonía y de pensamiento para dar descanso al cuerpo de las tecnologías. El trabajo también viene desde una formación de pequeños, lo niños que crecen entre el ciberespacio y el espacio material necesitan de este control, para que sean más humanos que usuarios red. En “Wired child: reclaiming childhood in a digital age”, Richar Freed (2015) menciona:

Las herramientas de control parental no solo protegen a los protegen a los niños de contenidos inapropiados, sino que también ayudan a los padres a reducir el tiempo de pantalla, promoviendo un uso más saludable de la tecnología. (p. 175)

En ese sentido, se marca una línea respecto a la dependencia que los jóvenes y niños puedan desarrollar hacia los dispositivos móviles. Los padres tienen como tarea moderar ese uso excesivo de las tecnologías por medio de restricciones y crear un uso más constructivo de la tecnología, pues esta afecta tanto académica como emocionalmente. La unión familiar, según Richar Freed, también se ve afectada por las tecnologías, pues están compitiendo con los padres por el amor y la atención, por ello el responsable manejo de la tecnología que se inmiscuye en cada aspecto de nuestras vidas.

Obligarse a salir de la habitación para regenerar el contacto, las relaciones humanas, volver natural de nuevo el encuentro, lejos del clic y el touch. Que el encuentro no acalle cuando el teléfono celular no esté cerca, que el silencio no se vuelva en una histeria por tocar el celular, sino que vuelva a su estado de reflexión y producción de conocimiento. Que lo lúdico no recaiga en el embobecimiento de la pantalla, sino en actividades que conecten al individuo con su mundo. Es traer a los demás sentidos a la escena, no solo la vista y la mano. La nueva aldea global de la red desafía al individuo entre un estar en el mundo y un estar en la red, entre lo real y lo artificial, entre las cosas y la nada.

En “Qué está haciendo el internet con nuestras mentes”, de Nicholas George Carr, precisamente se menciona que a medida que usamos y confiamos más en las tecnologías estamos perdiendo la capacidad de conectarnos en un sentido profundo con el otro y su entorno físico. Él menciona que la inmersión constante en las pantallas digitales está erosionando la manera en que prestamos atención detallada y sostenida a nuestra realidad y de la misma forma el desconectarnos de ese incesante ruido de información se nos hace cada vez más difícil. Esto hace olvidar la verdadera importancia del encuentro directo y real con los demás.

De manera que es aquella alienación del mundo a la que estamos sometidos, lo que impacta sobre nuestra vida cotidiana. La regeneración del contacto es parte fundamental en la actualidad, no solo para desarrollar empatía, sino también relaciones significativas, pues a la falta de ello es que el humano se enferma mentalmente cada vez más.

Hemos preferido enviar mensajes de texto en lugar de hablar, y las conversaciones, tanto las superficiales como las profundas se ven afectadas. Nuestro teléfono nos da la falsa sensación de que nos pide poco y nos da mucho. (Sherry Turkle, 2017, p. 148)

El valor fundamental de las conversaciones cara a cara en todos los ámbitos de nuestras vidas es imperante para recuperar el terreno que se ha perdido frente a las tecnologías de comunicación. El humano casi olvida que lleva el teléfono a la mano, como si fuera una extensión de sí mismo, por ello que recurrir a la tecnología se nos hace más cómodo que a los demás. Sin embargo, el manejo responsable de estas tecnologías es importante de cultivar como un hábito diario para mantener la conversación familiar con el otro, así la tecnología se convertiría en una apropiación de las personas usuarias, el devenir de una ciudadanía digital.

Conclusiones

En una sociedad cada vez más tecnologizada y los problemas que supone la conformación de acciones comunes, por el mismo hecho de que los individuos cada vez están más cansados, abatidos por una masa de información que está constantemente expandiéndose que tiene efecto sobre su comportamiento y moldea la opinión pública. Se hace difícil ese minuto de silencio, de actividad reflexiva que suponga para el individuo su acercamiento a los significados, a las cosas materiales, al contacto real con el otro y sean aliciente de la acción política como una forma transformadora del mundo.

Tanto la cultura como las emociones están siendo mercantilizadas, expuestas a un mercado en el que nada basta, en el que las necesidades están siendo creadas en un flujo constante de rendimiento y productividad del ciberespacio. La cultura de la positividad ha orillado al humano a una carencia o vacío interior que lo orilla a una pulsación constante a los aparatos tecnológicos como la consecución de un deseo sin racionalidad. Emociones como el dolor, el miedo, son apartados, ignorados pues suponen un despertar de la mente debido a su potencia creadora de valor para generar acciones, el actuar de un agente con propósitos, analizando de forma consiente y mesurada sus pensamientos para producir un efecto en el mundo.

La problemática actual del ciberespacio es ese ruido constante, sin descanso y de gran contenido lúdico, basado en simplificaciones de la realidad y que son consumidas a diario por los usuarios de la red. La dependencia hedonista del entretenimiento sin sentido impide al individuo mirar más allá del principio del placer, lo que resulta en la entrega de sus facultades activas y pensantes a la industria del entretenimiento. Este aspecto es el único aspecto que no ha sido cancelado por el capitalismo y que a la vez introduce al sujeto en una deriva de sufrimiento y goce, es decir, hacia el consumo eterno y el placer sin restricciones.

Sociedades cada vez más depresivas se producen constantemente como patologías ante la incapacidad de obtener más placer, el sufrimiento psíquico vivido como aburrimiento, cansancio y una compulsión del deseo resultado del arrojar al individuo a un diluvio de imágenes, voces, caracteres, que representan la artificialidad de una realidad en donde pretende ser reconocido por el otro, deseado por el otro. Sin embargo, no da cuenta que reconocimiento y deseo se dan por el contacto material entre dos partes, que se observan, se hurgan con la mirada y se reconocen como equivalentes, cuando el acto de tocar produce en el sujeto una acto de sincronía entre el cuerpo y la mente, sin distractores, es un acto de conexión con el otro.

No se obvia las potencialidades de las redes respecto a la posibilidad de conjunción de los individuos, de reconocer en este espacio un espacio que detente las potencialidades de las acciones comunes. Pero también se debe dar cuenta de la opacidad de la tecnología que se vuelve impenetrable, invisible que orilla al individuo a resignarse a las reglas preestablecidas que direcciona al individuo a un juego de apariencias no cimentadas en la referencia a una verdad ultima y a las múltiples formas de crear identidades.

 

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[1] Politóloga por la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Central del Ecuador. Sus áreas de investigación se centran en la relación entre tecnología, política y subjetividad. ORCID: https://orcid.org/0009-0008-7151-0362